sábado, 30 de enero de 2010

La higuera

Esta mañana el sonido de la lluvia en las tejas nos retraso a todos, cuando una lluvia es ligera pero pertinaz el sonido que provoca el golpeteo de las gotas de lluvia es arrullador. Así que no encontraron a Javier Garrido hasta las siete de la mañana. Javier era un hombre fuerte, entrando apenas en los cuarenta años que recién llegaba de trabajar en estados unidos, a diferencia de los demás que se fueron como él, llegaba sin dinero y con una cara inundada de tristeza, a nadie le sorprendió encontrarlo, pues cuando llego al pueblo su esposa le reclamo a que regresaba sin dinero y el solo contesto lacónicamente, vine a visitar a la higuera. Fueron unas señoras que iban al mercado las que lo encontraron y quienes de inmediato dieron aviso a Don Evelio, el dueño de la funeraria, quien mando a sus empleados a traer el cuerpo y buscar a su familia para darle sepultura. En cualquier otra población esto habría sido una gran noticia pero aquí estamos ya a habituados a esto. Desde hace más de cinco años la higuera de la calle Nicolás Bravo ha sido el punto de partida de esta vida al otro mundo de tantos habitantes de este pueblo. Todavía se recuerda que el primero en tomar la idea fue don Francisco el cartero. Aquella mañana despertó a los vecinos el llanto desesperado de su mujer, es que don Francisco la dejaba sola en este mundo con media docena de hijos, lo encontraron con su ropa de trabajo, tenía su maleta llena de cartas las cuales abrió y leyó para después volver a meter su respectivo sobre y después a la maleta, pero entre tantas cartas no se encontró una nota suya una despedida o una explicación de este último acto. Todos los que conocíamos a nuestro antiguo cartero sabíamos que su mujer lo engañaba, era dicho popular que no eran suyos ni la mitad de los chamacos que mantenía con su pobre sueldo de cartero. Pero él seguía siendo el marido gris y el empleado postal promedio. Cuando lo bajaron, el jefe de la oficina postal tomo la maleta y sin mediar palabra empezó a repartir los sobres abiertos a sus destinatarios, regreso en la tarde después de cumplido su cometido a participar en el sepelio.

Eso fue harán ya cinco años, pero fue el principio de un suceso que como se repite con tanta frecuencia que se ha convertido en norma en este pueblo, la higuera mencionada es un árbol frondoso lleno de nidos de zanates que está a dos cuadras de la presidencia municipal por una calle que cruza con la principal y que baja al centro, está ubicada dentro de un solar, donde antes había una casa antigua, dicen que fue la casa de uno de los fundadores, un español que llego a América con su familia una esposa y al menos cuatro hijos, y que perdió a todos por causa de la malaria aun antes de terminar la casa donde pensaban vivir, la cual ya no siguió construyendo y su jardín descuidado vio crecer a la higuera, esta que ha acompañado a tantos en su último viaje. Fue apenas una semana después que apareció el siguiente cuerpo. El circo llego al pueblo y paseo por las calles su caravana, el espectáculo como todos los circos incluyo payasos, bestias, fieras enjauladas, toda la parafernalia del circo. La función fue al atardecer, pero la actuación de los payasos fue algo de llamar la atención, uno de los payasos parecía olvidar sus líneas y en una escena donde evidentemente tenía que patear el agrandado trasero de otro payaso que se entretenía agachado, se quedo quieto, al principio callado y después empezó a llorar, camino hacia el lado opuesto lentamente. En ese momento un par de payasos acometió tras de él a patadas y causo la risa generalizada de todo el público, solo algunos pudieron darse cuenta de que lo que estaba pasando no parecía estar en el libreto. A la siguiente mañana para sorpresa de todos, lo encontraron en la higuera con su traje de payaso y su cara maquillada, su figura tenía algo de farsa y algo de tragedia, su cuerpo se quedo en el pueblo y fue sepultado, al día siguiente la compañía circense se marcho temprano para nunca volver.

La higuera siguió atrayendo a aquellos que deseaban acortar sus días, entre ellos estuvo el notario aquejado desde hacía años por una terrible artritis, nadie supo cómo pudo hacer el nudo de laque sería la última de sus corbatas. La solterona del pueblo apareció luciendo una blusa con escote y una minifalda, un atuendo con el que nunca nadie en vida le llego a ver. El panadero tenía harina en la bata cuando lo bajaron, sus ayudantes murmuraban que llevaba días taciturno, desde que el banco le había mandado la notificación de embargo y aunque les decía a los empleados que pelearía hasta el último momento, obviamente acepto su derrota. En muchas ocasiones los que usaban la higuera eran gente de paso esto no sorprendía a la gente porque la fue así casi desde el principio con el mencionado payaso saltimbanqui, en esos casos el municipio corría con los gastos, así que Don Evelio preparaba un austero entierro y prestaba una caja de pino que recogía antes de que el cuerpo fuera sepultado casi siempre envuelto en petate. Pero la historia se continuaba repitiendo con tanta frecuencia que el mismo señor cura empezó a mencionarlo en la misa, reprobándolo obviamente porque para la fe católica esto es pecado mortal, fue unos días después de su misa mas enérgica que el turno de los huéspedes temporales de la higuera le toco al sacristán, a quien encontraron ataviado con sus hábitos como en misa, después de eso el señor cura no volvió a mencionar a la higuera ni a el uso que se le venía dando en sus sermones.

En la presidencia municipal decidieron tomar cartas en el asunto, así que pusieron de guardia a un oficial, eligieron a Buenrostro un hombre que se había dado de baja en el ejército y por su experiencia con las armas fue contratado como policía, pero el cabo Buenrostro fue seducido por la higuera casi de inmediato y a los tres días tuvo que ser bajado del árbol que se suponía vigilaba. Vestía su uniforme de campaña, con las botas recién lustradas y su pistola de cargo. Nadie más volvió a aceptar vigilar ese punto y solo al alba se asomaba el policía que dormía de guardia en la estación, casi siempre llegaba después de que ya había una multitud incluso a veces llegaba después de los empleados de don Evelio, para ayudar con el papeleo. En el pasado verano se contrato a un fuereño, la presidencia municipal empleo a un tipo que decía ser vendedor y que llego con su mercancía a tocar cada una de las puertas de las casas del pueblo, dijo que se llamaba Enrico Serafín y que era de origen italiano, en un enorme camión traía toda clase de cosas él y su ayudante Mateo, que era mudo, se encargaron de vender en menos de un mes el contenido del camión, desde cazuelas hasta jaulas para pericos, toda clase de trebejos, burros para planchar, repisas muebles para los garrafones de agua, cepillos para quitarle la pelusa a la ropa. En fin vendió todo lo que tenía en el camión incluso el camión mismo, y todas las tardes se iba a la cantina a tomar y jugar a la baraja, con tan mala fortuna que en menos de seis meses ya no tenía mercancía ni camión ni dinero y desde luego no tenia ayudante, el mismo ayudante uso la higuera antes de un mes de habitar en el pueblo, Serafín pago a regañadientes los servicios de don Evelio.

Obligado por la necesidad acepto el trabajo de cortar la higuera, recibió un anticipo de cinco mil pesos, de quince mil que fue el trato, porque nadie acepto por menos de eso atentar contra ese árbol, quedo formalmente de hacerlo el lunes siguiente y se retiro al hotel que esta sobre la cantina y donde vivía desde que llego. A la mañana siguiente la lluvia no cesaba, llovía con tanta fuerza que nadie salió de sus casas hasta casi las nueve de la mañana cuando todavía chispeaba, la sorpresa general fue ver que a pesar de la lluvia había tres cuerpos balanceándose en la higuera. Enrico espero a que los bajaran pero la lluvia empezó a arreciar así que quedaron formalmente en continuar al día siguiente. A la mañana siguiente la escena se repitió, la lluvia tenia las calles cubiertas de lodo, y la higuera de nuevo tenia visitantes una vez más eran tres, parecía que ante la noticia de la pronta extinción de la planta la gente del pueblo adelantaba sus planes, a una semana de lluvias intermitentes y multitudinarias visitas a la higuera, Enrico Serafín desistió, se negó a cortar el árbol y como no pudo devolver el anticipo acabó en los separos del cuartel de policía, como a nadie le interesaba que siguiera preso y la presidencia sabía que no podrían cobrarle, lo dejaron ir, por la noche este salió del pueblo como alma que lleva el diablo jurando nunca volver.

Ahora en el sepelio de Javier Garrido, la gente habla bien del occiso como en todos los sepelios. Toman las canelas o el café con piquete en santa paz, ya nadie piensa en deshacerse de la higuera. El médico del pueblo comenta en voz baja que hace años que no atiende a un paciente terminal, además hace tanto tiempo que no da fe de una muerte natural o mejor dicho hace años que morirse en la higuera es muerte natural.